El Decano de la bolsa
OPINIÓN
Cuando el Decano de la Facultad de Psicología de la UBA se entere que hubo un grupo de intelectuales en retiro efectivo que pergeñaron un neologismo como “infectadura” o que alertaron contra la amenaza del “comunismo”, tal vez descubra que ese discurso sí “es como decirle a un chico ‘no hagas eso porque viene el hombre de la bolsa’”. Quizá, también encuentre en aquellas arengas un asidero más propicio para otra de sus hipótesis: “el miedo siempre busca generar algún tipo de comportamiento en la sociedad”.
Estas son solo dos de las curiosas afirmaciones que Jorge Biglieri expresó hace pocos días en una entrevista periodística que indignó a gran parte de la comunidad psi de Argentina. Una entrevista en la que no ahorró mensajes contra la cuarentena, mensajes que revelan una combinación de inconsistencias y neoliberalidades (ya que estamos, inventemos también por aquí un neologismo).
La concepción de Biglieri se sustenta, esencialmente, en homologar la intervención del Estado con el “paternalismo”, cual si la política sanitaria consistiera en un conjunto de caprichos de Alberto Fernández, quien habría decidido tratar a los ciudadanos como niños.
Resulta notable su argumento pues el único que coloca a los ciudadanos en una posición infantil es él mismo, y no solo por su curiosa forma de traducir la frase “Quedate en casa” bajo el recuerdo de la inquietante figura del hombre de la bolsa. En efecto, al tiempo que desliza el sentido del Estado hacia la imagen de un paternalismo que “refuerza esa sensación de espera, que ‘tu papá’ va a venir a resolverte los problemas”, explica que “hay que darle herramientas a la gente para que aprenda a cuidarse sola… si alfabetizamos a la población vamos a tener ciudadanos que respeten más las indicaciones del Gobierno”.
Aquí ya parece que el problema no son las indicaciones del Gobierno, sino el presunto analfabetismo de la población. Sin embargo, es menester que las contradicciones del Decano no nos hagan perder de vista el núcleo de su cosmovisión: no tenemos un Gobierno sino un padre arbitrario, y no hay una sociedad o un pueblo sino una muchedumbre de brutos, y todo eso conspira contra el máximo valor al que debemos aspirar, que la gente aprenda a cuidarse sola, eufemismo de “arreglate por tu cuenta” o de “sálvese quien pueda”.
A esta misión que emprende el Decano, que cada quien se cuide por sí mismo, también la embellece bajo la figura de la “responsabilidad individual”, actitud que quedaría afectada, siempre según el Decano, por el paternalismo. Tal vez, si el Decano entendiera de otro modo la importancia de un Estado, la importancia de que exista un Ministerio de Salud, no vería contradicción ni exclusión recíproca entre la función de estos últimos y la responsabilidad de cada sujeto. Sin embargo, la experiencia ya debería habernos enseñado que la mentada responsabilidad individual es un sintagma que en un buen diccionario podría traducirse como desamparo.
El Decano avanza un poco más en su prédica, y agrega que “si hay algo que no debemos hacer en este momento es agregar desde la comunicación más incertidumbre”. ¿Y qué deberíamos hacer entonces? ¿Negarla? ¿Acaso no hay una pandemia consistente en un virus para el cual aun no hay una vacuna? ¿No es la incertidumbre, en este caso, una exigencia de la realidad y asumirla un grado importante de madurez? Alberto Fernández, en varias ocasiones insistió en que “los resultados no están garantizados”, es decir, no se colocó en la posición del político que ofrece promesas vacías sino en la posición de quien con sano criterio comparte el estado de situación con los ciudadanos. Tal vez Biglieri esté pensando, con atraso, en la incertidumbre que hace pocos años Esteban Bullrich promocionaba como algo fantástico. No obstante, no es difícil advertir que esta última es la que deja a los sujetos en estado de orfandad, mientras que la informada por Fernández se corresponde con el juicio razonable de quien se hace cargo de los medios sin que por ello pueda garantizar los fines. Al menos, agradezcamos que Fernández no dijo que él nos garantizaba los resultados, pues en tal caso Biglieri tendría algún argumento para fundamentar el mote de paternalismo.
Una preocupación que sí compartimos con el Decano concierne al problema económico que dejará la pandemia, aunque él dice la cuarentena. Sin embargo, si dejamos de lado este detalle no menor, hallamos discrepancias aun mayores en esta común preocupación. En primer lugar, Biglieri se refiere a la “recuperación económica” sin mencionar el padecimiento que traerá, cual si la economía fuera una abstracción que prescinde de su carácter social. Luego, en un curioso giro de causas y efectos, el Decano señala que la mencionada recuperación económica “va a depender muchísimo de la salud mental que tenga nuestra población”. Hasta que leí la nota que estamos comentando, yo hubiera considerado que la realidad opera a la inversa, que en todo caso es la salud mental la que depende de la situación económica. Parece que Biglieri lo comprende al revés, pues deja claro que en su cosmovisión la salud mental es solo un medio para otro fin, la economía.
Y esto que digo aquí no es una mera interpretación de mi parte, pues el entrevistado así concluye su párrafo: “Porque eso afecta directamente al rendimiento laboral”. Toda una concepción anida allí sobre los nexos entre salud mental y trabajo, concepción en que el primer término solo se mide en función del rendimiento laboral.
Desde ya que la nota periodística contiene numerosas expresiones más que podríamos cuestionar, pero no resulta posible aquí desmenuzar cada una de sus oraciones. Si, quizá, vale la pena subrayar uno de sus párrafos finales, cuando dice que a la gente “tenemos que darle herramientas para que pueda autorregularse”. Nuevamente, el Decano desestima una hipótesis que comprenda al cuidado como un conjunto de prácticas intersubjetivas en las que participan actores diferentes, prácticas en las que se combinan diversos contextos más o menos inmediatos. Biglieri no concibe que el cuidado es una acción política, en el sentido más amplio del término, en que la significatividad del otro, del prójimo, es su esencia. Al contrario, para él, el cuidado no se distingue en nada de aquello que sostienen los neoliberales, pues el cuidado y el sujeto deberían funcionar como el mercado: cada quien se autorregula.
Y para terminar, ¿qué podría ser tan inquietante como el hombre de la bolsa si no es aquella extraña figura a la que llaman la mano invisible del mercado? Está claro que cada quien tiene su bolsa de valores.
(*) Doctor en Psicología. Psicoanalista. Director de la Diplomatura en el Algoritmo David Liberman (UAI). Coordinador del Grupo de Investigación en Psicoanálisis y Política (AEAPG). Profesor Titular de la Maestría en Problemas y patologías del desvalimiento (UCES). Miembro del Grupo Psicoanalítico David Maldavsky (GPDM)