El poder de dividir

OPINION

I.

Siri Hustvedt tiene una escritura dotada de singular belleza e inteligencia. Y entonces nos propone un aserto invalorable: “Desde la revolución científica, el lema «divide y vencerás» se ha ofrecido como un camino hacia la comprensión, pero ésta depende en gran medida de las divisiones que se hagan”. Por un lado, sustrae el antiguo lema del exclusivo terreno político y lo amplía hacia el campo más vasto del conocimiento. A su vez, se interroga por la cualidad de las divisiones que hagamos. En lo que sigue, entonces, examinamos el sentido que cobra la retahíla de onomatopeyas sobre la república y la división de poderes con la que la oposición percute los oídos ciudadanos.

II. 

Los opositores redundan con la república y la división de poderes, y no ahorran la palabra independencia. Es harto difícil pensar cuando la hipocresía, disfrazada de simplicidad, se impone en los medios, cuando clichés sin profundidad alguna pretenden ser la máxima expresión de la conducta republicana. ¿Qué argumentos hay detrás de los sintagmas establecidos en relación con la división de poderes o la independencia de un poder respecto del otro?

Si como sostuvo Freud, uno de los imposibles es gobernar, en consecuencia también lo es legislar, ejecutar y juzgar. Cada uno de los tres poderes es, entonces, un imposible, como también, y será aquí nuestra hipótesis, lo es la división e independencia aséptica de tales poderes.

Una sociedad madura se debe a sí misma una reflexión sobre estos límites, sin la cual no tendremos una expectativa realista ni horizonte alguno para el propósito de disminuir la grave hipocresía que nos invade.

Quienes históricamente se enfrentaron a los gobiernos populares encubrieron, bajo la bandera de la división del poder, su poder de división. Para ellos, la división es más una operación aritmética que geométrica; es decir, no plantean una espacialidad del poder, sino una cuenta de la que resulta un resto que, buscan, sea cada vez mayor y progresivamente excluido.

Aunque decirlo sea de perogrullo, la división del poder no debe ser, entonces, un factor de división social y tampoco debe consentir ajenidad e incoherencia entre los tres poderes. Dicho de otro modo, y anotamos otra hipótesis, la división del poder resulta valiosa siempre y cuando cada sector se reúna con los otros en los dos polos de la tensión democrática: la Constitución y las demandas populares.

La pasión republicana se extasía discurriendo sobre la independencia de los poderes y, a su vez, se atraganta cuando descubre –con nulos fundamentos- que tal independencia ha quedado solo en la teoría. Ahora bien, ¿no será más fecundo preguntarse en qué medida es posible, en los hechos concretos, aquella independencia? Tal como le gustaba recordar a Freud la frase de su maestro Charcot, las teorías son buenas pero eso no impide que las cosas sean lo que son.

¿Acaso los legisladores no integran bloques partidarios ligados con el ejecutivo nacional, o con gobernadores o intendentes? ¿Y por su parte, los jueces –que no son una unidad sin fisuras- no combinan en su desempeño sus propias interpretaciones de la ley con sus sintonías ideológicas con miembros de los otros poderes?

Entonces, sobre la argumentación neoliberal en torno de la república nos preguntamos: ¿se trata únicamente de la apelación a presuntos valores como la independencia de poderes? Sería ingenuo y apresurado sostener que así es.

III.

Llamamos fetichistas de la república a aquellos que en definitiva desmienten los imposibles de la realidad y las insuficiencias propias de toda estructura representativa. Y decimos fetichismo siguiendo las hipótesis de Freud, quien destacó tres rasgos de esa particular tendencia a colocar la parte a costa del todo: a) obtura la percepción; b) permite sostener una creencia falsa; c) sostiene la omnipotencia narcisista.

Hoy nos encontramos con una variedad de circuitos a través de los cuales se enarbola la falaz y fatal independencia. Uno de ellos es la estigmatización de toda afiliación. Basta con que un sujeto se identifique o referencie con algún sector o grupo político para que, de inmediato, se lo tilde de fanatismo, se le prodiguen decenas de maldiciones o, cuanto menos, se le diga que le han lavado el cerebro. Por eso el votante neoliberal suele posicionarse por vía de la negación de toda afiliación identitaria (“no soy de izquierda ni de derecha”, “yo soy apolítico”, etc.).

Mencionemos otro ejemplo: la valoración que en ciertos sectores adquirió en años recientes la figura del periodista independiente. Esta figura nos muestra la hegemonía de un modelo cultural que califica como buena la ausencia de dependencias o filiaciones. Dicho de otro modo, toda dependencia manifiesta será sospechada de infecciosa, fanática o corrupta.

La supuesta independencia periodística pretende desconocer las referencias identificatorias que, sin dudas, tiene cualquier sujeto, en este caso, un comunicador social. No es sino un engaño creer que su opinión carece de raíces, de afiliaciones de distinto tipo que lo acercan o alejan en determinadas direcciones.

IV.

Podemos extraer algunas conclusiones:

1) Resalta en el conjunto la falacia de los postulados, ya sea por la inconsistencia entre las frases, ya sea por la ausencia de nexos concretos con los hechos. En efecto, no consideran las inevitables categorías de insuficiencia e imposibilidad. Si las palabras no representan ni a los hechos ni a los propios pensamientos, no es difícil detectar que por esa vía logran que sus propios votantes adhieran a la imposibilidad de creer, de confiar;

2) Se opera la escotomización de un sector de la realidad: si bien el Estado y la forma de gobierno contemplan los 3 poderes públicos, no conviene desconocer que existen otros poderes (fácticos) que tienen una incidencia mayúscula en los procesos sociales e, incluso, en las decisiones gubernamentales (poderes económico y comunicacional). Por ejemplo, ¿cuánto se consideran estos poderes cuando nos limitamos, casi de un modo pueril, a los tres poderes del Estado?;

3) También se sofoca otro factor significativo: la insistencia en la división o independencia excluye considerar que tan importante como esas variables es encontrar en qué punto se reúnen los poderes como para que, por ejemplo, la división del poder no sea correlativa de la dispersión. Aquí, por ejemplo, cobran relevancia las hipótesis sobre los ideales del yo y la identificación;

4) Algo más interviene en la supresión de todo factor que funja de punto de resistencia a la producción de escisiones: el marketing pregnante del individualismo, que quizá sea, además, la banal expresión de la antigua tradición dualista mente-cuerpo. En la cosmovisión jurídica que ostentan, por ejemplo, la ley no es para proteger sino para perseguir y, a su vez, la ley solo funciona para que nada del otro me toque y nunca porque cada quien necesita del otro. Hay, sin duda, en los postulados examinados una ominosa apelación a una autonomía que, finalmente, no es sino la condición de ruptura de los lazos sociales y de la solidaridad;

5) No se queda atrás, a partir de estas perturbadoras escisiones, la entronización de una política persecutoria impregnada del paradigma civilización o barbarie.

6) Por último, y finalizamos con el próximo apartado, si nos preguntamos qué otro efecto tiene en la subjetividad de los ciudadanos la persistente apelación a la división, conviene prestar atención a las hipótesis freudianas sobre la escisión del yo.

V.

El tándem conformado por el como sí de incoherencias que conviven sin chistar y la redundante verborragia sobre la división e independencia de poderes persigue una severa forma de esmerilar la subjetividad: instalar una desgarradura en el yo, sobre todo de quienes quedan capturados por esa retórica.

En este punto recurrimos también a las hipótesis de Freud, quien sostuvo que en el afán por rechazar toda renuncia a la satisfacción narcisista, el yo procede a reforzar la creencia en una realidad acorde a sus pulsiones, una realidad en que la imposibilidad no tiene cabida en los pensamientos del yo. Sin embargo, dice Freud, al mismo tiempo que “rechaza la realidad objetiva y no se deja prohibir nada”, el yo reconoce la realidad “y busca defenderse”. Luego agrega: “las dos reacciones contrapuestas frente al conflicto subsistirán como núcleo de una escisión en el yo”.

Entre los efectos de este proceso se cuentan, en palabras de Freud, la imposibilidad de confiar, el extrañamiento respecto de la realidad y el tratamiento mañoso de la misma. 

Terminamos abriendo interrogantes con otra cita de Hustvedt: “El problema mente-cuerpo da paso enseguida al problema persona-entorno. ¿Cómo lo que está fuera del cuerpo-mente de una persona pasa a estar adentro? ¿Dónde empiezan las palabras?”

(*) Doctor en Psicología. Psicoanalista. Director de la Diplomatura en el Algoritmo David Liberman (UAI).

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