Pandemia, cuarentena y sufrimiento psíquico
OPINION
Por Sebastián Plut (*)
Para La Palabra Rojas
La escritura es la vía que habitualmente busco para hacer algo con lo que, por decirlo así, ocurre en mi mente. Pensamientos, malestares y vivencias de todo tipo, frecuentemente encuentran un primer destino en la palabra escrita y, muchas veces, luego hallan un interlocutor.
También escribo, entonces, sobre las circunstancias que hoy nos toca vivir. La dimensión se siente abrumadora, ya que lo que se nos presenta no es singular ni familiar, ni siquiera nacional. Se trata de un asunto planetario.
Cada quien dispone de mayores o menores recursos anímicos, orgánicos, vinculares, económicos, etc., para afrontar las restricciones sanitarias y sus consecuencias. Asimismo, desde las instituciones y organismos especializados nos llegan recomendaciones para paliar los efectos del encierro: mantener ciertas rutinas, pautas de higiene, cuidar horarios del sueño, ejercicio físico, evitar la sobreinformación, entre tantas otras. Estas instrucciones generales, a su vez, es conveniente combinarlas con las alternativas singulares que pueden ser valiosas para cada quien, tal como señalé al comienzo sobre la utilidad que tiene la escritura para mí.
Sin embargo, no quiero centrarme aquí en un inventario de estrategias saludables, en un repertorio de buenas prácticas para situaciones de crisis, sino que prefiero destacar algunas características que puede cobrar el malestar anímico, el sufrimiento psíquico de esta hora. Aclaro, para despejar expectativas, que la reflexión sobre dicho malestar no apunta a la definición de diagnósticos, ya que ellos siempre suponen una amalgama compleja e inestable que reúne la actualidad con las preexistencias. Tampoco pretendo, desde luego, abarcar toda la trama de vivencias posibles, sino solo describir aquellas que pude observar estos días y que se anudan con algunas de las hipótesis con que ya contamos.

La categoría general que orienta estas reflexiones es la de trauma social, esto es, un acontecimiento intrusivo desde la realidad (no de origen endopsíquico) y colectivo (nos comprende a todos). Tal vez sea éste un criterio para escribir la historia de la humanidad, una historia centrada en los traumas colectivos cuyos tópicos centrales serán las guerras, las crisis económicas y las pestes.
Esta delimitación del origen y del alcance no agota las respuestas, ya que entre los efectos que se deben contar están las secuelas duraderas, impredecibles, y que en los sucesos de mayor gravedad social derivan en la transmisión intergeneracional de traumas. Dependerá, en gran medida, de la intensidad y duración cuál sea la magnitud de las secuelas.
Tres películas fueron evocadas estos días por algunas personas con quienes estuve en contacto por videollamada: Gravity, luego Terminal y, finalmente, El pianista. Si dije que no conviene la teorización diagnóstica, tampoco intento realizar una tipología de vivencias, al menos no una que se pretenda exhaustiva.
En la primera película, la escena recordada corresponde al momento en que la protagonista se encuentra atrapada en el espacio, sin su nave, observando desde tan lejos la Tierra a la que supone ya no podrá retornar. Sobre Terminal el comentario se centró en el sujeto que está en un país ajeno sin poder retornar al suyo propio pues ya no existe más. Por último, la mención a El pianista se detuvo en la escena en que el protagonista sale de un edificio todo derruido, en el que estaba escondido, y ya en la calle observa a un lado y otro solamente desolación y destrucción.
Las escenas comentadas tienen algunas semejanzas entre sí y también diferencias. En cuanto a las semejanzas, por ejemplo, la segunda y la tercera comparten la idea de destrucción del lugar propio; mientras que la primera y la segunda exhiben la exterioridad en que se encuentra el sujeto.
Más allá de estas similitudes parciales, me interesa destacar las diferencias ya que parecen corresponder a tres tipos de vivencias que algunos sujetos pueden tener respecto de la realidad en estos días de cuarentena.
En Gravity la escena expresa la vivencia de quien se ha quedado afuera, que hay lugar donde volver pero es el sujeto el que ha quedado absolutamente ajeno a esa posibilidad. En Terminal, en cambio, la parálisis del sujeto ya no es por su propia posición sino porque ya no existe lugar donde retornar. Finalmente, en El pianista el sujeto no se encuentra alejado, afuera de su lugar, sino que forma parte de la desolación.
Esta última vivencia es similar a la que comentó un sujeto en los hechos concretos: salió a comprar unas bolsas de residuos y en el primer negocio que preguntó no había. Luego fue a otro comercio y lo desalentó la extensa fila que había en la calle. Finalmente, en un pequeño almacén le vendieron solo dos, pues no tenían más. Estimo que su vivencia se fue alimentando desde el momento en que pensó conseguir tales bolsas, ya que posteriormente la sensación que lo invadió es que en la calle todo era residuos.

Otras impresiones que identifiqué no tuvieron un correlato explícito en la filmografía. Especialmente, vale destacar la diversidad de sensaciones que las personas tienen con la temporalidad. Afectos como aburrimiento y pesimismo, por ejemplo, dan cuenta de ello, ya que la percepción es que el tiempo pasa muy lentamente. En una modalidad algo más extrema, se encuentra aquel que dice: “me doy cuenta que antes yo era un relojito y ahora no me doy cuenta que pasa el tiempo”. En este caso, ya no se trata de un tiempo sentido como más lento, sino de la sensación de falta de cronología.
La cuarentena nos impone una retracción objetiva, debemos aislarnos del exterior. Hallaremos múltiples variedades en cuanto a la medida en que tal retracción conduzca también a una retracción libidinal, esa instancia en que ganan terreno el desinterés por el mundo y/o la sensación de que el mundo ya no se interesa en uno.
Freud distinguió, de hecho, tres escenarios en los que se despliegan y resuelven nuestros padecimientos: uno mismo, los otros y el mundo externo. Actualmente, este tercer escenario es el que se encuentra más vedado e inaccesible. En cuanto a los vínculos, la restricción es más parcial, ya sea por las personas con las que convivimos o por la interacción que podemos sostener con otros a través de las redes tecnológicas.
¿Cuáles son, entonces, los riesgos a los que estamos expuestos, más allá del virus?
Sin duda, la ausencia temporal del mundo externo conduce a dos desenlaces posibles: a) a tornar más visibles los estados propios (ese uno mismo que mencioné antes) y por ende a que exijan más trabajo singular; b) a tratar a los estados propios como si fueran la realidad, en cuyo caso queda perturbada nuestra capacidad de diferenciación, con el consecuente incremento de la angustia pues ya no se tratará de un peligro externo del que cuidarse sino de la vivencia de que nos amenaza desde dentro.
Los psicoanalistas, en estos días, tenemos ocasión de un acercamiento peculiar a los efectos, por el momento inmediatos, de la cuarentena. Aun con las limitaciones que presentan los recursos tecnológicos para el encuentro vincular, podemos advertir, a veces más que en las palabras, cómo los rostros y los tonos de voz evidencian signos del padecimiento.
Cuando el mundo exterior se encuentra inaccesible y, a su vez, en él solo suponemos la presencia del Coronavirus (ya sea porque hoy el espacio público es eso, ya sea porque toda información que nos llega es sobre el mismo tema) un camino a seguir, como analistas, es el de preguntar por los sueños, por la vida onírica. Allí hay una vía regia para rescatar algo de lo diverso, de lo subjetivo, de la vitalidad, de la propia singularidad.
Creo que hoy es menor, por no decir nula, la importancia del debate sobre la validez o no de la terapia por video llamada. Más bien, creo, los analistas debemos reflexionar sobre nuestra función en ese encuadre y bajo las condiciones actuales de existencia. Sabemos que algunos pacientes desean sostener las sesiones de ese modo, mientras que otros prefieren no hacerlas. Algunos por falta de privacidad, por preocupaciones económicas o por entender que no están pasando un momento conflictivo. En cualquier caso el analista puede mantener un contacto periódico, un mensaje preguntando cómo están, pues así cumplirá dos funciones: ante quienes sienten que la realidad los ha abandonado, no formar parte de esa presunta realidad; antes quienes sienten que no hay malestar alguno, no representar a un personaje banalizante, a un personaje que cree que no pasa nada.
En una carta a Arnold Zweig, del 25/02/1934, Freud le escribe: “Ahora está todo tranquilo, la calma de la tensión, dicen, es como estar esperando en la cama de un hotel que arrojen el segundo zapato contra la pared. Así no se puede seguir, algo debe suceder. Ya sea que nos invadan los nazis o que termine de dorarse nuestro fascismo horneado en casa… Todo ello me recuerda una historia: The Lady and the tiger, en la que un pobre prisionero aguarda en un circo a que le larguen el tigre o que entre la dama que habrá de liberarlo al elegirlo por esposo. El relato termina sin que se sepa si por la puerta abierta de su jaula entran la mujer o el tigre. Esto solo puede querer significar que el desenlace ya no le importa al prisionero y que, por lo tanto, no vale la pena de ser comunicado”.
No se pretende aquí, ni de cerca, comparar dos sucesos históricos, el avance del nazismo en aquellos años y la amenaza que hoy vivimos con el COVID-19. Sin embargo, en la cita, donde dice “los nazis” podemos reemplazarlo por “el virus”.
Vivir supone sentirse amado desde dos fuentes: el superyó-ideal del yo y la realidad. Desde ambos lugares el ello significa su amor al yo, y si tales tributos no ocurren el yo padece una desinvestidura (tanto desde el narcisismo como desde la autoconservación) que puede conducirlo hacia el dejarse morir.
Recodemos que el modelo defensivo, para Freud, se da en dos tiempos: la fuga ante un conflicto y la sustitución. Si no hay opción de fuga las alternativas serán: o pensar la realidad de otro modo o recurrir a modalidades defensivas más agresivas para el propio sujeto. Intuyo, pues, que bajo las actuales condiciones, pensar la realidad de otro modo, de una forma más sofisticada, es pensar que la realidad es el futuro.
Tres políticas deben combinarse en un siempre precario equilibrio: la sanitarista, para que el número de contagiados y muertos sea el menor posible; la económica, para que los inevitables problemas que sobrevendrán produzcan la menor cantidad de estragos. Por último, la referida a la salud mental, para que cuando todo esto concluya el estado de los ciudadanos no sea como aquel del jasen (cantor de sinagoga) que Freud describió, también en carta a Zweig: “vivir, va vivir; pero cantar, no va a cantar más”.
(*) Doctor en Psicología. Psicoanalista. Director de la Diplomatura en el Algoritmo David Liberman (UAI). Profesor Titular de la Maestría en Problemas y Patologías del Desvalimiento (UCES).