Sujetos en cuarentena
CORREO DE LECTORES
La psicóloga Rocío Agustina Sosa comparte su reflexión ante el aislamiento social, preventivo y obligatorio dictado por el presidente de la Nación para detener la propagación del COVID-19 en el país.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la COVID-19 es la enfermedad infecciosa causada por el coronavirus que se ha descubierto más recientemente. Tanto el nuevo virus como la enfermedad eran desconocidos antes de que estallara el brote en Wuhan (China) en diciembre de 2019.
Se lo clasificó como Pandemia a causa de que en el transcurso de sólo dos semanas, el número de casos de COVID-19 fuera de China se multiplicó por 13, y el número de países afectados se triplicó. De repente, se encontraron más de 118.000 casos en 114 países, y 4291 personas fallecidas. Desde la OMS se vieron inmersos en un gran estado de preocupación tanto por los alarmantes niveles de propagación y gravedad, como por los alarmantes niveles de inacción.
Ante esto, el presidente de la Nación anunció que a partir del 20/03/20 toda la población argentina debía permanecer en aislamiento social, preventivo y obligatorio hasta que finalice el mes.
A partir de aquí tenemos diferentes factores presentes: La prohibición, una fuerza mayor que nos exige quedarnos en nuestros hogares, un mandato de aislamiento, no compartir ese espacio con nadie que no resida allí y, por último, la noticia de que estamos ante algo superior como lo es un virus que se propaga fácilmente.
Claro está que cualquier situación sorpresiva de la cual no podemos predecir ni el cuándo ni el cómo de su final, produce angustia pero ¿qué más ocurre entonces con el sujeto en este contexto?
Existen diferentes posturas que se han tomado en relación a este tema. Una de ellas es subestimar la pandemia considerándola algo insignificante y argumentando que las medidas a cumplir son exageradas. Podemos hipotetizar que esta sensación de inmortalidad y omnipotencia que tienen algunos/as es consecuencia del prototipo contemporáneo al que estamos expuestos el cual evita encontrarse con los procesos dolorosos. Un sujeto que niega la posibilidad de ser víctima del virus.
En otras palabras, camuflamos el dolor porque, como nos dice Bodei (2004), la tendencia dominante es la de la cancelación total de los conflictos ya sea ocultándolos o posponiendo su solución de manera tal que el malestar en la cultura se hará presente sin que lo miremos de cerca.
Desde hace años, nos hemos desarrollado día tras día en un contexto a favor de la hipomanía, es decir, estar siempre haciendo algo para no pensar. Funcionamos en pos de un movimiento constante con el objetivo de dispersar cualquier signo de problema y, de esta manera, las respuestas corporales al conflicto se ven facilitadas (Rojas, 1997).
Es en estas situaciones, con encierro obligatorio, en donde, sumado a la angustia, también experimentamos una sensación de vacío que nos coloca en un sitio de encuentro con nuestros propios pensamientos a la vez que somos parte de una incertidumbre que nos aqueja a todos/as. El psicoanalista inglés, Winnicott (1935) asocia el sentimiento de vacío con una vivencia de irrealidad. Afirma como sinónimo de salud el ser y sentirse real y como sinónimo de patología un sentimiento traducido en diferentes formas de angustia inconcebible en el que el individuo siente que no está en ninguna parte. Recalcati (2002), un destacado psicoanalista, por su parte, habló de la clínica contemporánea caracterizada por un sujeto consumista. Como ya dijimos, el sujeto experimenta cuestiones en relación a su identidad, a sentirse o no sentirse real: Soy mientras hago y soy lo que hago y si no hago, si no consumo, si no produzco, ¿quién soy?
Para dar cuenta de que esta situación existe, elaboraré una pequeña consigna: Preguntense a sí mismos/as “¿Quien sos?”. Una vez que hayan pensado una respuesta, díganme si incluyeron en ella su profesión, su trabajo o a lo que se dedican. Probablemente sí y a esto es a lo que me refiero. De que muchas veces nos definimos según nuestro consumo y nuestra forma de producir, incluso sin ser conscientes de ello.
Kernberg (1984) relaciona el sentimiento de vacío con diferentes patologías como por ejemplo la depresión: Una sensación de perdida de contacto con los demás, sentimiento de soledad, entre otros factores.
A su vez, en situación de encierro toda vivencia adquiere inimaginable intensidad, produciéndose hipercatexización del polo perceptual, viéndose alterada la sensorialidad y la afectividad (Iacuzzi, 2006). También pueden surgir sentimientos de rabia o enojo ya que la pérdida de libertad se relaciona con la idea de ser dominado, pues ya no es el individuo quien gobierna su vida, sino que son otros quienes lo hacen por él (Gudin, 2007). No tiene que ver con el acto de mantenernos en nuestras casas en sí sino con que no lo estamos eligiendo voluntariamente.
En síntesis, el encierro y un mandato explícito y superior para seguirlo, viene de la mano de un encuentro con los propios pensamientos y emociones que se ve obstaculizado por nuestra propia crianza dentro de un contexto hipomaníaco y un imperativo superyoico de goce, es decir, una orden que rutinariamente hemos recibido de que tenemos la obligación de ser felices siempre que podamos y evitar situaciones angustiantes. Podemos experimentar angustia, sentimiento de vacío, rabia, enojo y hasta pueden movilizarnos vivencias que en otros momentos no lo hubieran hecho.
Como pueblo, y aquí comparto las palabras de Gabriel Rolon dichas durante una transmisión en vivo, debemos intentar resignificar el mandato de quedarnos en nuestras casas y hacerlo propio. Mantenernos en nuestros hogares por decisión y convicción y por un compromiso con nuestro país así como con el mundo mismo.
Como analistas, además de las sugerencias que podemos dar en relación a cómo actuar, también debemos priorizar la creación de un espacio para la escucha, por sobre todas las cosas. Un sitio de alojo para un sujeto que ha perdido la capacidad de control de la situación y que se vio obligado a modificar completamente una manera de ser y estar en el mundo.
Lic. Rocío Agustina Sosa. Psicóloga
Referencias bibliográficas
-Bodei, R. (2004). El doctor Freud y los nervios del alma. Valencia: Pre-textos
-Gudín, F. (2007). Cárcel electrónica: Bases para la creación del Sistema Penitenciario del S. XXI. Tirant lo Blanch. Recuperado de: http://ocw.innova.uned.es/ocwuniversia/derechoconstitucional/derechos-de-los-reclusos/pdf/ESTUDIO0.pdf
-Iacuzzi, Alicia Beatriz (2006). Psicoanálisis y trabajo carcelario. XIII Jornadas de Investigación y Segundo Encuentro de Investigadores en Psicología del Mercosur. Facultad de Psicología – Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires.
-Kernberg, O. (1984). Trastornos graves de la personalidad, México: El mundo moderno
-Recalcati, M. (2002). Clínica del vacío, Madrid: Síntesis
-Rojas, M. C. Sternbach, S. (1997) Entre dos siglos –Una lectura psicoanalítica de la Posmodernidad-. Bs. As: Lugar.
-Winnicott, D. W. (1935). “La defensa maníaca”, Escritos de pediatría y psicoanálisis, Barcelona: Paidos